Ensayo ajeno

Ayer acompañé a un amigo a un ensayo para una muestra que van a hacer el domingo en la academia donde estudia canto.

La banda que ensamblaron constaba de él en voz, el profesor en bajo y del resto de los instrumentos se encargaban dos niñas y un niño de entre 12 ~ 14 años, no estoy seguro. Escribo sobre esto porque me emocionó mucho verlos ensayar. Era la primera vez que veía a una banda ensayando. Me encantó conocer el clima que se genera en una sala de ensayo, por más pequeña que sea. La unión invisible que se arma entre las personas. Pero por sobre todas las cosas, me emocionó la energía con la que hacían las cosas los niños, ¡además eran muy hábiles!. Que lindo que puedan canalizar toda esa fuerza que está en la infancia y que después se va apagando en algo que les apasiona. La guitarrista, a pesar de que el tecladista y la baterista se oponían, insistía con pensar un nombre para la agrupación, ya que el domingo iban a tener que presentarlos sobre un escenario. También le proponía a los demás que, si querían, se juntaran todos a ensayar de vez en cuando, cuando fuere posible. Ojala nunca pierdan todo ese entusiasmo.


[…]

“Y pienso si no será siempre así, que el arte de nuestro tiempo, ese arte tenso y desgarrado, nazca invariablemente de nuestro desajuste, de nuestra ansiedad y nuestro descontento. Una especie de intento de reconciliación con el universo de esa raza de frágiles, inquietas y anhelantes criaturas que son los seres humanos. Puesto que los animales no lo necesitan: les basta vivir. Porque su existencia se desliza armoniosamente con las necesidades atávicas. Y al pájaro le basta con algunas semillitas o gusanos, un árbol donde construir su nido, grandes espacios para volar; y su vida transcurre desde su nacimiento hasta su muerte en un venturoso ritmo que no es desgarrado jamás ni por la desesperación metafísica ni por la locura. Mientras que el hombre, al levantarse sobre las dos patas traseras y al convertir en un hacha la primera piedra filosa, instituyó las bases de su grandeza pero también los orígenes de su angustia; porque con sus manos y con los instrumentos hechos con sus manos iba a erigir esa construcción tan potente y extraña que se llama cultura e iba a iniciar así su gran desgarramiento, ya que habrá dejado de ser un simple animal pero no habrá llegado a ser el dios que su espíritu le sugiera. Será ese ser dual y desgraciado que se mueve y vive entre la tierra de los animales y el cielo de sus dioses, que habrá perdido el paraíso terrenal de su inocencia y no habrá ganado el paraíso celeste de su redención. Ese ser dolorido y enfermo del espíritu que se preguntará, por primera vez, sobre el porqué de su existencia. Y así las manos, y luego aquella hacha, aquel fuego, y luego la ciencia y la técnica habrán ido cavando cada día más el abismo que lo separa de su raza originaria y de su felicidad zoológica. Y la ciudad será finalmente la última etapa de su loca carrera, la expresión máxima de su orgullo y la máxima forma de su alienación. Y entonces seres descontentos, un poco ciegos y un poco como enloquecidos, intentan recuperar a tientas aquella armonía perdida con el misterio y la sangre, pintando o escribiendo una realidad distinta a la que desdichadamente los rodea, una realidad a menudo de apariencia fantástica y demencial, pero que, cosa curiosa, resulta ser finalmente más profunda y verdadera que la cotidiana. Y así, soñando un poco por todos, esos seres frágiles logran levantarse sobre su desventura individual y se convierten en intérpretes y hasta en salvadores (dolorosos) del destino colectivo.”

Ernesto Sábato (Sobre Héroes y tumbas)